Este era un manicomio donde todas las noches un loquito esperaba que todos los demás locos se durmieran para correr por los pasillos del internado repitiendo:
Ahí va la cebollita, ahí va la cebollita…
Llegaba a la alberca, se subía al trampolín y sin dejar de repetir su letanía, se dejaba caer al agua. Pero otro orate que conocía lo que a diario hacía por la noche su «colega» decidió, una de esas noches, sacarle el agua a la piscina y así, el de ‘ahí va la cebollita’ se diera tamaño mandarriazo. Así que no tardó mucho el loco aquel en arrancarse con su rollo de todas las noches:
Ahí va la cebollita, ahí va la cebollita…
Y al llegar hasta lo alto del trampolín, vio que no había agua y dijo:
Oh, ahora no hay caldo, pues ahora no hay cebollita, y regresó a su dormitorio.