Una mujer llega donde el pastor de su iglesia, y comienza a contarle de sus terribles dolores de cabeza, por casi una hora, grita, llora, gime y describe, con lujo de detalles, el dolor que está sintiendo en ese instante y lo terrible que es su vida sufriendo tanto.
Súbitamente, exclama, embargada de emoción y transida de fe:
¡Alabado sea el Señor! ¡Pastor! ¡Milagro!, su sola compañía me ha curado, se fue de repente el dolor.
No, señora, no se fue, el que lo tiene ahora soy yo.