Un fornido campesino, entradito en los cuarenta (de esos que andan metidos bien dentro el monte) llega a la consulta del médico del pueblo cargando sobre los hombros a otro campesino mucho más joven que él. Lo deposita en la camilla de examen y le dice al galeno:
Vea cómo le cura la herida en la nalga lo más pronto posible. Le he pegado un balazo con la escopeta, como si se tratara de una liebre, que no sufra, por favor, que se trata de mi yerno.
Pero, ¿Por qué le ha disparado a su propio yerno?, dice el médico sorprendido.
Pues, realmente, cuando le pegué el tiro, todavía no era mi yerno.