Un contador público, cansado de la vida de la ciudad, se muda al campo y decide dedicarse a criar pollos. Se dirige a la tienda del pueblo rural cerca de donde ahora vive.
Me da una orden de 100 pollitos, el dice al comerciante.
Este le despacha la orden.
Una semana después, el contador regresa.
Me da otra orden de 200 pollitos.
El comerciante le vuelve a despachar la orden, pero a la semana siguiente regresa.
Hoy quiero una orden de 500 pollitos.
¡Guau!, dice el dueño de la tienda, a usted le tiene que estar yendo muy bien.
No, suspira el contador, no se me dan, o los estoy sembrando muy profundo o muy separados.