Estaba una vez un par de amigos platicando, uno de ellos le comentaba al otro:
Sabes, me he sentido muy deprimido, he pensado incluso en el suicidio.
Pero, cómo, si estás en la plenitud de tu vida.
No lo sé, es que no tengo con quien platicar y me siento bastante solo.
Lo que necesitas es eso precisamente, compañía.
El amigo que daba el consejo era dueño de una tienda de mascotas y le dice:
¿Por qué no te llevas uno de mis loros, son muy parlanchines y en unos días no te sentirás sin compañía?
Me parece bien.
Nada más que lo vas a tener que tomarlo tú mismo porque yo tengo que irme.
Pero yo no sé nada de aves.
No creo que te confundas, no tengo tantos pájaros, adiós.
Bueno, adiós.
El deprimido entró entonces y tomó el primer ave que vio sin saber que lo que llevaba no era un perico sino un loro. Días después se volvieron a encontrar ambos amigos:
¡Hola! ¿Cómo estás? ¿Cómo te ha ido con el perico?
Pues bastante bien.
¿Ya te ha empezado a hablar?
Pues hablar, hablar, lo que se dice hablar, no, pero vieras que atención me pone el condenado.