Era una señora que tenía demasiados puercos y no sabía qué hacer con tantos. Un día le dijo a su hijo que tenía que deshacerse de ellos.
El hijo se pregunta:
¿Cómo lo haré? ¡Ah, ya sé, a cada persona que pase le aventaré un puerco!
En eso que va pasando una viejita, y sas que le avienta uno. Después pasó un joven, y sas que le avienta otro; en eso va pasando un borracho, y sas que le avienta otro. Entonces el borracho le grita:
¡Por qué no me avienta a su madre!
¡Y sas, que le avientan a la puerca!